jueves, 24 de marzo de 2011

Monólogo

Cometí dos graves errores contigo: creer lo que decías y que escuchabas y no simplemente oías.


Pensé que te importaba un poco, que era diferente a otras personas y la bonita ilusión de que me querías. ¡Qué imbécil, por Dios! Palabras vacías de contenido. No te diferencias en nada de aquellos a los que tanto criticas por vacuos.

Si me hubieras escuchado, sabrías que hay dos cosas que me destrozan: la incertidumbre y el saber que no confías en mí.
Sigues con el mismo juego desde hace tiempo. Hoy sí, mañana no, pasado no sé y dentro de una semana, me callo y juego a la ambigüedad. Hasta que yo ya no sé por dónde me da el aire y meto la pata. O no la meto, porque tampoco es que lo dejes claro.
Pero es porque tú tampoco sabes por dónde te da el aire. En el fondo, creo que eres buena gente. Creer lo contrario me demostraría que realmente soy mucho más imbécil de lo que pensaba.
Y luego está esa condescendencia con la que te permites tratarme, como a una niña, sin demostrar ni un ápice de confianza en mí. Cuando te he demostrado sobradamente que en estos asuntos, quién se porta como un crío, caprichoso y egoísta, eres tú.

Todo tiene que tener un final y seré yo quién se lo ponga. Aunque me duela y me esté costando horrores. No te molestes en decir nada. No voy a creerlo. Y además, ya es demasiado tarde. He dejado las llaves encima de la repisa de la entrada.

Adiós. Has pasado a ser uno más en mi lista de relaciones humanas fallidas.

Se quedó mudo frente a la puerta, con las manos en los bolsillos, viendo como salía de su vida mientras sus dedos jugaban con la sortija que había comprado para ella. ¡Maldita cobardía!

1 comentario:

Turulato dijo...

Creo saber a estas alturas que los fracasos no son cosa de una situación concreta, sino de rastros acumulados de sentimientos ya vividos.
Él tenía que saber que la sortija no tenía razón de ser tras lo vivido.