Guardaespaldas
- ¿No te molesta? ¿No peso demasiado?
- No, para nada. Me gusta sentirte. Además, hace un rato has sido tú quien ha sentido mi peso encima tuyo. Y yo soy más grande.
- Me gusta sentir tu peso sobre mí - ella sonrío y le dió un beso en la nuca - Y esto. Trepar por tus caderas y cubrir tu cuerpo con el mío, piel con piel, adaptándome a tu postura. Sentir la cadencia de tu respiración, como se eriza el vello de tu nuca con la mía, tu calor... Abrazarte y pegarte a ti como si quisiera que nos fundiéramos... - mientras hablaba, le acariciaba los brazos con la yema de los dedos.
- Pegada a mi espalda como los monitos se pegan al cuerpo de su madre.
- Sí, una monita de metro setenta - ambos se rieron - No, no es por eso, cariño. Quizás es que quiero protegerte y esto, literalmente, es ser tu guardaespaldas.
- Me cuidas demasiado. Pero esto tiene una pega.
- ¿Sí? - su voz denotaba una ligera decepción.
- Sí, que no puedo abrazarte, perderme en tus ojos y beberme tu boca. Anda, ven aquí, guardaespaldas - ambos se giraron y él se tumbó en la cama, atrayéndola en un abrazo - Así está mejor - retiró un mechón de cabello y la besó en los labios con suavidad.
- No está mal... - sonrió ella. Antes de apoyar su cabeza en el hombro, le dió un piquito en los labios - Creo que estoy diseñada para estar aquí, que este es mi lugar en el mundo - él estrechó más su abrazo, deslizando las manos despacio por su espalda.
2 comentarios:
En este texto se encuentran las respuestas a lo que hemos hablado esta tarde y a tu última pregunta, la que he dejado aparcada. No directamente, pero ...
Tu relato de hoy traza con bella pincelada un magnífico cuadro que representa ese instante perfecto en el que creemos que Todo es posible: yo, el otro, el mundo, el amor... El sentido de la existencia, en definitiva.
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