sábado, 18 de febrero de 2006

Cocinar es un placer

Me encanta cocinar. (Y comer también, pero el problema es que entre mi constitución y mi hipotiroidismo, va todo a las lorzas). De hecho, me gustaría tener un restaurante o un bar. Por ahora, he empezado con una bodeguita, así que algún día si Dios quiere, tendré mi restaurante.
Cocinar me relaja y me ayuda a desconectar. Es ponerme el delantal y comenzar a olvidarme de las preocupaciones para centrarme en el plato y ponerle todo mi cariño, porque lo que más me gusta es cocinar para otros (dicen que me gusta cebar a la gente, pero son falacias y maledicencias). En la facultad, pásabamos muchos fines de semana en casa de unos amigos en la Sierra, y siempre acababa entre fogones. Y mis amigos tan felices, porque me liaba y les hacía comida para toda la semana.
¿De dónde me viene la afición? Pues como muchas otras cosas, de mis abuelos. Siempre andaba zascandileando por la cocina, viendo para aprender lo que ellas hacían, porque eran auténticas alquimistas. Pero no sólo ellas, porque los hombres de mi familia materna han sido grandes cocineros.
La especialidad de mi abuela Teresa, era la tortilla de patatas. No es orgullo de nieta, pero era la mejor tortilla de patatas del mundo. El huevo cuajado en su punto justo, siempre jugosas, con su cebollita y su patata bien hecha. También hacía unas migas que estaban de rechupete, los soldaditos de Pavía y algo que no he vuelto a comer desde antes de que falleciera: los sapillos (o repápalos que se llaman en Andalucía). La de tardes que me he pasado con mi abuelo Miguel, al que le encantaban, trasegando platos de sapillos mientras veíamos la tele.
Y luego mi abuela materna, Socorro, que hace las mejores judías estofadas con liebre del mundo. Y a las lentejas (que de pequeña aborrecía pero ahora me encantan) les da un puntito, rico, rico. Ah, lo olvidaba y lo que primero pedía cuando iba a Burgos: “sopa de gallina”. (Creo que esas fueron de las primeras palabras que aprendí).
Y que decir de mi abuelo Manuel. La de sopas de ajo que hemos hecho y nos hemos zampado juntos. O las perdices en escabeche o el bacalao a la vizcaína...
Tanta caza es gracias a mi tío (que también cocina genial), que es cazador y pescador. ¡Anda que no habré desplumado perdices y codornices de pequeña!
Con los años llegaron los viajes y el descubrimiento de otras técnicas y otros sabores. Mi primer descubrimiento internacional fue la cocina portuguesa, a la que caí rendida porque su ingrediente estrella, el bacalao, es uno de mis platos favoritos.
Ahora, siempre que voy fuera, me gusta comer la comida típica de ese país. Busco un ‘bareto’ donde haya bastante gente del lugar (y que cumpla un mínimo de limpieza) y allá que me voy. Si no tengo idea del idioma, pues pido al azar. Ya se sabe que lo que no mata, engorda.
Y si me gusta, quiero recrearlo en casa. Así que pregunto o busco en internet o en libros y luego experimento en casa (el tener Canal Cocina en mi televisor ayuda bastante). Ahora empiezo a hacer mis pinitos en la “cocina de vanguardia”, aprendiendo con las recetas de grandes jefes de cocina como Sergi Arola, Pedro Larumbe o Paco Roncero, por citar algunos. Y la verdad es que me está gustando mucho.
Me queda mucho por aprender y muchos sabores nuevos por descubrir, aunque tendrán que esperar, que por aquí ya reclaman la cena.

3 comentarios:

pedazodecaos dijo...

Sopas de ajo... bacalao a la portuguesa... tortilla de patata......... tengo que ir a comer algo inmediatamente porque ya he empezado a babear.
Va a ser que si, que cebas a la gente hasta en la distancia...

Turulato dijo...

¿O sea que es usted la culpable de que yo no esté en el paraiso?.
Y, entonces, ¿por qué me lo recuerda?

Silvia dijo...

Turu, creo que fue una tal Eva, pero el resto de las mujeres nos hemos solidarizado.
Además, ¿para qué quiere un paraíso sin mujeres? Con lo aburrido que tiene que ser.
Y en cuánto a lo recordárselo, soy mujer. Se me presupone mala desde que nací :-)
Un abrazo