miércoles, 26 de diciembre de 2007

Evocación

Unas cabezadas por el camino, un poco de música y en poco más de dos horas, estoy en Burgos. Al poco de llegar, otra vez a la calle. Hay que cortar leña y yo necesito un momento de soledad conmigo misma.
Me quedo un rato en el portal, contemplando el paisaje. El circuito de motocross, más erosionado, como lo estoy yo. Se desdibuja con el paso del tiempo como yo lo hago. Aunque quizás ambos estamos creando una nueva postal. Pero la antigua también me gusta...

¡Cómo nos lo pasábamos los días de carreras! Los previos viendo las motos y hablando con los pilotos, que para nuestros ojos infantiles eran unos superhéroes; corriendo horas antes de la carrera para colarnos sin pagar y los días posteriores, cuando el silencio reemplazaba el ruido de las motos, emulando a nuestros héroes.
Mi G.A.C. roja (¡qué gran bici!) y una decisión. Ya habíamos probado a tirarnos con unos cartones como si fuera un trineo. Acabábamos llenos de raspones, que lucíamos orgullosos como si fueran nuestras medallas. Y ahora tocaba saltar la cuesta más grande de todo el circuito.
Pedaleando rápidamente, para conseguir velocidad. No hay miedo y si lo hay, puedo superarlo. Un salto y ¡¡estoy volando!!. ¡¡He saltado!!. La rueda delantera toca el suelo, no se agarra y yo vuelo por los aires, para acabar rodando por el suelo. Atontada por el golpe, cubierta de polvo, raspones y sangre, me levanto. ¡¡Lo logré!!. Cojo la bici del suelo y empujándola, con dolores del batacazo, subo otra vez. Ese día, saltaré hasta dos veces más, hasta que acabe como un Cristo y regrese a casa llena de dolores, pero feliz. Uno de los días más felices de mi vida.


Vuelvo al presente, veinte años más tarde y comienzo a andar hacia la "casa vieja" con una sonrisa en los labios. Camino entre coches aparcados, en el lugar dónde estaban unas enormes rocas entre las que jugaba y cazaba culebras cuando era pequeña. Los perros de mi tío, que no me conocen, comienzan a ladrar y mientras espero a que él llegue, me acerco a la casa amarilla. Ahora es preciosa, con un jardín limpio y cuidado, con sus muebles de teca cubiertos con fundas y unas cortinas alegres ocultando la vida tras las ventanas pero hace años...

Mi abuela y sus amigas juegan a la brisca. Me acerco dando bocados a un tomate de la huerta que me ha dado mi abuelo, por haberle llevado (a escondidas de mi abuela) su paquete de Celtas sin boquilla. Llevo todo el día con la bici y tengo los hombros un poco colorados por el sol. Oigo a "La Fortu" discutir por una peseta, que si Irene ha contado mal o no. Durante años la misma cantinela.
Me tumbo en la hierba y espanto una abeja con la mano, mientras miro la casa abandonada, entre bocado y bocado. Desde que murió el señor Pascual, se ha ido ajando, sola, sin gente que la viva (Como nos pasa a las personas, cuando no tenemos quien nos viva. Pero en ese momento, no pensaba en eso). Miro la mejor forma de llegar hasta el ciruelo con la menor cantidad de arañazos en las piernas por las matas. Después de rechupetear los dedos del jugo de tomate (y limpiarmelos en el pantalón corto), me levanto y salto la valla. Oigo a "la Anuncia" increpar a mi abuela porque no me regaña por estar robando. ¡Cómo qué robando! Robar es lo que hacía con los perales y manzanos en la finca del Pino, hasta que el verano pasado sentí en mi trasero los mordiscos de una perdigonada de sal y abandoné mi carrera delictiva. Ahora solo voy a coger fruta en un árbol abandonado, para que no se lo coman los pájaros... Uso mi camiseta como una cesta (mi madre tardaría menos si me metiera entera en la lavadora) y la lleno de ciruelas. Al salir, lo primero que hago, es ofrecer mi cosecha a mi abuela y sus amigas. Y quien primero mete la mano, es la "protestona"...No lo entendía entonces ni lo entiendo ahora.


Mientras voy cortando leña, recuerdos como éste me van haciendo compañía. Jugar a las minis, cambiar tebeos en la tienda de Fidel, ir a la Catedral a reírme de los turistas que miran el Papamoscas, un beso robado en el Espolón, cigarrillos a escondidas, el día de las peñas en Fuentes Blancas, tarde de toros con la bota de vino, un verano lleno de risas con "mi malvada melliza francesa", confidencias y abrazos en el castillo...

En el regreso a casa, cae otro esqueleto del armario de la memoria. Un recuerdo mucho más doloroso que los anteriores y una enseñanza que intento refutar. Porque quiero creer que las cosas no son así. Quizás algún día...
Aparto la mirada, preparada para apretar los dientes y sofocar las lágrimas. No es necesario. Me siento tranquila. Estoy en casa y hay esperanza.

2 comentarios:

Fran dijo...

¡De lo que se entera uno después de tantos años! ¡Eras un trasto! E igual de cabezota que ahora. Que lo de la cuesta, "p'haberse matao".
Me gusta leer que estas tranquila y sonríes.
Un abrazo

Turulato dijo...

¡Espléndido, espléndido!. Otro magnífico relato, describiendo vidas y haciendas.
No dejes de escribir.