miércoles, 16 de enero de 2008

Paseo nocturno

Faltan apenas un par de horas para que amanezca y la ciudad duerme en silencio, cubierta por un manto de escarcha. Sabe que es una locura salir a pasear a esas horas por una ciudad, que aunque ella no siente extraña, está en un país extranjero. Y con ese frío, cuando aún no se ha recuperado de la bronquitis. Pero necesitaba hacerlo. Las cuatro paredes de su habitación le ahogaban y sintió el impulso irrefrenable de salir a las calles vacías.

El viento frío le golpea en la cara. Se levanta el cuello del abrigo y con las manos en los bolsillos, camina despacio para reunirse con unos viejos amigos. No hay prisa, sabe que la esperarán y quiere disfrutar del paseo. El silencio de la noche es roto por el eco de sus pasos sobre el empedrado de las calles y por algún camión de la basura al que se le oye trabajar en la lejanía. Esas calles siempre suelen estar llenas de turistas y es un privilegio poder transitarlas con la luna, que juega al escondite entre las nubes, como única compañía.

No sabe si es la soledad, el entorno, la noche o los últimos vestigios de fiebre, pero su imaginación comienza a rememorar cientos de lecturas.
Se "cruza" con Dante que pasea imaginando su descenso a los Infiernos y su ascensión al Paraíso en busca de su amada Beatriz; ve a Savonarola, con el rostro crispado por la ira, avanzar a grandes zancadas hacia una de sus horrendas "hoguera de las vanidades"; a un adolescente Miguel Ángel, ensimismado contemplando los paneles de la puerta del Baptisterio, mientras su padre le increpa a que se apresure en ir al taller de su maestro, Ghirlandaio; Maquiavelo que toma notas mentales para sus obras al observar a sus conciudadanos...Al parar en una esquina para encender un cigarrillo, sonríe al imaginar a Stendhal, apoyado contra una pared mientras recupera el aliento por su sobredosis de belleza.

Entre ensoñaciones, llega al lugar de su cita. Sabe que la esperan al fondo de la plaza, protegidos bajo los soportales. Pueden esperar un poco más, mientras se fuma un cigarrillo y pone orden al hervidero de pensamientos que cruzan su cabeza. A través de las volutas de humo, observa el viejo Palacio a un lado de la plaza. En su cabeza, se proyecta una escena de una película, un tanto macabra, que tiene como escenario una de las fachadas del edificio. Apura el cigarrillo y avanza por la plaza con paso tranquilo.

Adivina sus figuras en la penumbra mientras se acerca. Él de pie, con la pierna izquierda flexionada, la cabeza inclinada, evitando mirar a su acompañante, con el ceño algo fruncido, que le confiere esa expresión en el rostro que tanto le desconcierta. Su acompañante, la que decían que era una criatura horrenda, con el rostro sereno y tranquilo que le confiere una peculiar belleza. Se para a un par de pasos. Una primera mirada le hace comprobar que no ha cambiado su percepción desde aquella noche, hace ya muchos años. El héroe triunfador que tanto desasosiego le hace sentir y el supuesto monstruo, víctima inocente del capricho de un dios, con expresión de paz. Se sienta en el suelo de la plaza y siente como el frío va calando en sus huesos. Enciende otro cigarrillo y continúa observando, encogida para protegerse del frío, perdiéndose en todos los detalles de sus gestos, de lo que sus cuerpos no cuentan...
Siempre sintió simpatía por los fracasados y frente a sí, tiene a dos colegas.

Aunque ella, haya triunfado en el momento final. Quizás, por eso, la expresión de su cara. No lo sabe, pero espera que así haya sido. Y él...Recuerda una conversación que mantuvo hace tiempo con un amigo sobre sus dos interlocutores. ¿Cómo lo definió? Escarba en los pozos de su memoria buscando las palabras exactas. "El cansancio del vencedor sin retorno" dijo.
El recuerdo de un ser querido o quizás el hallarse ante el espejo que es la pareja con la que conversa en silencio, destapa la caja de Pandora de los recuerdos más íntimos. De aquellos que no están conformados por lo que hemos leído, ni por las películas vistas ni por las músicas escuchadas, sino por las vivencias que nos cubren como una segunda piel.

Otra noche, mucho más cálida. A cientos de kilómetros al sur de dónde ahora se halla. Si en ésta todo es silencio y soledad, en aquella, era bullicio y alegría.
Músicos y pintores callejeros, el murmullo de las conversaciones en las terrazas de los cafés, el agua que golpea el mármol de la enorme y bella fuente que gobierna el centro de la plaza...Sonidos y olores, nada de imágenes en esa noche. Sus ojos están atrapados dulcemente por una mirada del color del chocolate.
Caminan abrazados, con pasos acompasados, ella dando la espalda al sentido de la marcha. No sabe lo que se avecina, pero no le preocupa. Se sabe segura entre sus brazos. Se paran y se besan. No dejan de mirarse ni de sonreírse. Entre besos y risas, se hablan en voz baja de sus sueños, de sus proyectos, de su futuro...
Pero en ese momento, ambos ignoran que no tendrán un futuro.


El calor que ha sentido con ese recuerdo se desvanece y vuelve a la realidad del presente. No sabe si ha sido ese último pensamiento amargo que se ha clavado en su memoria como un cuchillo o el frío de la noche y tampoco importa. Simplemente se ha desvanecido.

¿Cuánto tiempo lleva sentada en el suelo de esa plaza? Mira su reloj de pulsera y comprueba que ha pasado más de una hora, en muda conversación con Perseo y el cuerpo inerte de Medusa, compartiendo ensoñaciones y recuerdos.
Se levanta pesadamente, con los huesos ateridos por el frío y la humedad. Se sacude el pantalón vaquero y el abrigo y lanza una última mirada a la penumbra, despidiéndose de sus interlocutores. Son silenciosos, pero muy elocuentes. Sonríe ante ese pensamiento.

Enciende otro cigarrillo mientras se dirige al río. El contacto del humo con sus pulmones, le provoca un ataque de tos. Algún día tendrá que dejarlo, pero ahora necesita la calma ficticia que le da su palito para el cáncer. Y al poco, entre toses, se da cuenta de algo. Inconscientemente, está tarareando una canción que se ha instalado en su cerebro. Se queda quieta unos instantes, pensando. Mira hacia atrás, en dirección a la casa de sus viejos amigos. Unos momentos antes, se equivocó. Algo si ha cambiado desde esa otra noche en la que charlaron silenciosamente.

Los primeros rayos de sol, que se escurren sobre los tejados de la ciudad y la despiertan de su sueño, le sorprenden canturreando sonriente junto al viejo puente.



4 comentarios:

Fran dijo...

Es "extraño" pero nos gusta a mi legítima y a mí. Ha abierto nuestra particular caja de Pandora de los recuerdos de un buen viaje.
Turulato tiene razón en un comentario anterior. El blog se va abriendo y es genial por lo que significa para mi socia. Enhorabuena, peque.
Besos

Turulato dijo...

¡Espléndido. Fantástico!. ¡Adelante, adelante..!.
(Fran, tito, esto marcha. ¡A toda máquina!)

Oshidori dijo...

Maravilloso. Y me adhiero fervientemente a Fran Y Turu.

Silvia dijo...

Muchas gracias a los tres. Sois un cielo de hombres.

Muchos besos