Un pequeño homenaje
- ¿Me cuentas otra vez la historia del taller?
La mujer mayor miró a la niña que, a su lado, pelaba patatas. Se limpió en el mandil y asintió.
- Te la cuento, pero presta más atención a lo que haces, que te vas a rebanar un dedo. - La niña se concentró en la patata que estaba pelando, esperando a que empezara el relato.
- Tu abuelo luchó en una guerra y le hirieron en la espalda...
- ¡¡¿En una guerra?!! ¿Cómo las de las películas?!! ¡¡¿Y pegó tiros a alguien?!! - preguntó emocionada la niña. Ya se estaba imaginando al hombre que estaba sentado en el salón, descansando de su jornada laboral frente al televisor, como a un héroe de las películas que había visto en la tele.
- Sí, pero no como las de las películas. En esas, los soldados después se van a su casa y en la de tu abuelo, se iban al cielo. Y sí, pegó tiros. Para que no se los dieran a él y años después pudieráis nacer tu padre y tú - la mujer cogió otra patata y comenzó a pelarla con destreza - Después de la guerra y de estar en la cárcel...
- ¡¿En la cárcel?! ¿Por matar a alguien con esos tiros? ¡¡Pero si el abuelo es bueno...!! - la niña protestó sorprendida. En su mente infantil, que reducía todo a buenos y malos, sólo los malos iban a la cárcel.
- No interrumpas más o no te cuento la historia - la niña se calló y volvió a su patata, confundida por tanto descubrimientos.
- Sí, el abuelo es bueno, pero era una guerra - la mujer dejó la patata pelada en una cazuela y pellizco la nariz de la niña, en un gesto cariñoso - y él estaba en el lado que perdió. Algún día entenderás que los mayores hacemos muchas tonterías - la anciana suspiró y acarició el pelo de la niña - Rezo porque tú nunca tengas que pasar por una locura como esa.
La niña había levantado la mirada hacia la mujer. Duda, pero también curiosidad se reflejaban en sus ojos. Sabía que la mujer no iba a decir nada más, pero a lo mejor su abuelo, que siempre era más asequible, le contaba algo más tarde.
- Cuando seas más mayor, te contaré lo de la guerra. Ahora estamos con otra cosa. ¡Y ten cuidado con el cuchillo! - La niña volvió a su labor, terminando de pelar la patata que tenía entre las manos y cogiendo una nueva. La anciana comenzó a hablar de nuevo.
- Pues eso, tu abuelo por las heridas en la espalda, apenas podía trabajar y no teníamos mucho dinero. ¿Te acuerdas de la casa del pueblo? - la niña asintió con la cabeza. No le gustaba mucho ir al pueblo de su padre, porque hacía demasiado calor pero la casa, con el sótano y la troje, le encantaban. Podía pasarse horas jugando al escondite con su primo Toñín, sentada viendo a una araña tejer su tela o leyendo despacio, pues aún estaba aprendiendo, unos tebeos viejos que había encontrado en un baúl. - En la troje - continuó la mujer - teníamos un alambique para destilar aguardiente y sacarnos unas "perras".
- ¿Qué es un alambique? - interrumpió la pequeña.
- El alambique es una especie de cazuelas dónde se hace el aguardiente, que es es como un vino muy fuerte para los mayores. Aún tienen que estar en la troje el depósito y la retorta... Tu abuelo - prosiguió - cuando venía de la huerta, hacía aguardiente con tu bisabuela, mientras tu tía abuela trabajaba en la fábrica de tabaco y yo me encargaba de la casa. Con lo que teníamos, íbamos tirando, pero después de la operación de tu padre, nos quedamos muy achuchados.
- Tu padre tendría la edad que tienes tú ahora - la niña dejó la patata en la fuente y le mostró orgullosa a la mujer, que sonrió, cuatro dedos de su mano izquierda - Una mañana no se presentó a desayunar ni le encontraba por ninguna parte. Ni tus tíos ni las vecinas le habían visto. No era raro porque siempre estaba zascandileando por ahí con su primo Luis, líando alguna. ¡Menudo par!. Cuando no apareció a la hora de comer, todos nos preocupamos. Íbamos a ir al cuartelillo dónde trabajaba su padrino, cuando apareció el dueño del taller del pueblo con tu padre en brazos, dormido y con toda la ropa y la cara manchadas de grasa. Mientras tu bisabuela lo llevaba al dormitorio, el dueño del taller nos contó que había pasado. Tu padre se presentó pidiendo un trabajo. Cuando el dueño del taller lo mandó "pá casa", tu padre, entre sollozos, dijo que quería dinero para sus padres. Nos había oído a tu abuelo y a mí hablar de los problemas de dinero y como siempre ha sido como es, quiso ayudar. El dueño del taller se conmovió y le tuvo toda la mañana moviendo una montaña de tuercas y tornillos de un lado a otro y limpiando para que se ganara unas perras.
La niña había dejado la patata hacía rato, ensimismada por la historia. Pequeña o no, era lo suficientemente inteligente para saber cuándo algo era importante. Y eso lo era. Quizás, también ella un día actuaría como el niño del taller. Ahora...
- Abuela, ya he pelado todas mis patatas. ¿Me haces unos sapillos para merendar?
Casi treinta años después, la niña, que ya no es tan niña, contempla al hombre dormido en el sofá. El niño del taller. Se acerca despacio, le da un beso en la frente y le dice en voz baja "Anda, gordi, vete a la cama, que mañana hay que madrugar". Le ve marchar con pasos cansados hacia el dormitorio, le da las buenas noches y desea con toda su alma que él no tenga que preocuparse más por su familia y pueda descansar.
3 comentarios:
Me ha encantado. He cerrado los ojos y he estado en esa cocina escuchando y sintiendo. Ternura. Y sobre todo, nobleza de carácter.
He de decirte algo, niña. No sólo lo lograste, sino que le has superado.
Un abrazo
:-*
Me encanta. De verdad. Una delicia
Bellísimo. Me ha gustado muchísimo.
Besicos
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