domingo, 6 de julio de 2008

Depredador

Sabe que tarde o temprano tendrá que pasar por ahí, así que espera pacientemente. La ira y la rabia azuzando sus más bajos instintos, sacando el depredador que todos llevamos dentro.

Lo ve aparecer por el final del pasillo, corriendo tranquilo y despreocupado, ignorante del destino que le espera. Sonríe al imaginar la cara de sorpresa cuando reciba el primer golpe.

Un paso más cerca.
Sus músculos se tensan para saltar sobre su presa.
Otro paso más y cierra los puños con fuerza.
Otro paso...
Espera.
Uno más...
Otro...
Llega a su posición.
Ahora.

Cuando va a pasar a su lado, mueve su brazo derecho como un bateador que quiere hacer un home run y descarga con fuerza su puño cerrado sobre el abdomen de su presa, que se desploma en el suelo.

El tiempo parece detenerse. Sensación de poder. De triunfo.

Gira la cabeza hacia su presa, dispuesta a darle el golpe de gracia para confirmar su victoria.
Le ve en el suelo, sin respiración, boqueando en busca de aire como un pez fuera del agua, con el rostro congestionado. Sus miradas se cruzan y ve miedo y dolor en sus ojos, una inmensa fragilidad.

De un plumazo, el depredador desaparece. Los puños de abren, los músculos se relajan. La rabia se desvanece. El poder se convierte en culpa y el triunfo en derrota.

Podría huir de allí, pues nadie ha visto nada. Pero se inclina, preocupada por el daño excesivo que le haya podido causar. Las lágrimas saltan de los ojos de los dos. Unas de dolor, otras de remordimiento.
Sólo acierta a balbucear "perdona, perdona, perdona" mientras el otro niño se encoge sobre sí mismo, recuperando poco a poco la respiración. Intenta calmarle, pero él se retrae, temiendo un nuevo golpe.

Uno, dos, tres minutos. No sabe el tiempo que pasa con él encogido en el suelo mientras permanece arrodillada a su lado, impotente al no poder remediar el daño que ha causado.

Ve aparecer a don Fernando y sabe que le espera un castigo cuando descubra todo. Pero no importa, porque lo que más duele es la mirada del niño y el saberse responsable de lo que esconde detrás. Como dolerá la mirada de decepción del viejo profesor, a quién tanto respeta y quiere.

Don Fernando se lleva al niño con él y la manda al despacho para tener una charla. Mientras espera al viejo, se dice a si misma que no volverá a hacer algo así jamás.

Pero jamás es un tiempo muy largo, como comprobará unos años más tarde.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

qué difícil a veces reprimir el instinto

beso

Turulato dijo...

No creo en Dios, pues aunque lo tengo siempre presente nunca me he entregado a Él.
Pero no me atrevería nunca a poner en duda el valor y la perfección de las palabras de Jesús. El contenido esencial de lo que dijo.
Y creo que Él lo basa todo en el Amor y el Perdón.
Como expuso C.S. Lewis, el Hombre no es capaz de perdonar, pues esto requiere el olvido de lo ocurrido sin que quien ofende pueda aducir justificación alguna.
El Hombre, como mucho, disculpa. Atiende a las circunstancias y se arrepiente.

Te aseguro Silvia que si quienes hacen daño se arrepintiesen siempre, la sociedad sería justa y primaría la convivencia.

Y, creamos o no, no olvidemos que cada vez que Jesús reconoció el arrepentimiento, sonrió. Su sonrisa enamorada es el Cielo.

Fran dijo...

Estos retazos tienen algo bueno, a pesar de que puedan causar dolor al escribirlos.
Y es que algunos vamos entendiendo mejor ciertas reacciones.
Un abrazo

Anónimo dijo...

No es que esté fomentando la violencia, pero deberíamos quizá conocer alguna parte de la historia que se ha quedado atrás.

Armida Leticia dijo...

Saludos desde mi México lindo y querido, no se que comentario hacer, estoy pasmada...

Silvia dijo...

Amor y libertad, es muy complicado, pero se puede. Bienvenido y espero leerte más a menudo.

Turu, ya no es sólo que el dañado nos excuse o nos disculpe sino que lo hagamos con nosotros mismos.

Fran, no hubo dolor al escribirlo y si cierta tranquilidad al ver la evolución de los implicados.

Lúcida, la parte anterior es sencilla. La violencia se desencadena siempre por el miedo. ¿Y qué activa el miedo? Pues cualquier gilipollez. En este caso, fue una chiquillería y quizás otra persona sólo lo habría visto como una pelea infantil.

Armida, es normal pasmarse, sentir repulsión ante la violencia. Sobre todo si has tenido suerte y no te has visto envuelta en episodios violentos.

Besos a todos