miércoles, 10 de diciembre de 2008

Varekai


Se apagan las luces. Cierro los ojos apenas unos segundos. Las preocupaciones y el estrés van desapareciendo y cuando los abro, vuelvo a mirar con los ojos de cuando era niña.

Aparece el Vigía, una especie de fauno con aires de científico loco. Si aún quedaba rastros de la vorágine del día a día, él los atrapa, los mete en su artilugio y los convierte en el canto de un pajarillo.

La música llena el ambiente. Tambores, panderos, los acordes de un violín nos envuelven poco a poco, revitalizándome. Diría incluso que me hace hasta cosquillas.

Amanece. Algunas criaturas, de brillantes colores, descienden de sus árboles de bambú. Se aproximan. Una parece una salamandra. Una fumarola les asusta, pero la curiosidad vence al miedo y siguen su exploración. Poco a poco van llegando más. La vida se despierta. Saltan, vuelan, juegan...
Todo se llena de una cacofonía de colores y yo, boquiabierta, no sé dónde perder mi mirada. Me recuerda al Jardín de las Delicias del Bosco. Tantas cosas y tan atrayentes. Pero algo llama mi atención. No son los colores, ni las danzas ni los saltos. Algo más modesto. El reflejo de una sombra. Una danza solitaria y silenciosa, como si la sombra juguetona de Peter Pan se tratara.

Alguien llega. Un intruso. Ícaro. Quiso acariciar el cielo, pero el sol derritió la cera de sus alas y dio con sus huesos en este mundo fantástico. Las criaturas se asustan y sorprenden. ¿Quién será ese extraño ser? Se acercan, intentan despertarlo. Cuando él despierta de la caída, intenta, asustado, huir, volver a volar. Pero cae y cae. Hasta que la ve. Tan extraña y tan bella. Las miradas se cruzan, se atrapan la una a la otra.

Y así, persiguiendo a quien le encandiló, sigo a Ícaro, descubriendo ese extraño mundo.
Unos pequeños genios del agua, juguetones, dan paso a unos guerreros que danzan y luchan o luchan y danzan, que no sabe bien dónde empieza una cosa y termina la otra. De un salto, nos sumergimos en un mar poblado de anémonas, algas, corales y peces de colores, primigenio, vibrante de vida. Aves fantásticas que vuelan sobre nuestras cabezas. Guerreros del fuego que me amedrentan un poco. Danzas. Saltos imposibles.
Un mago y su torpe acompañante nos traen las risas. Más tarde, ese "mago" volverá a jugar con la canción Ne me quitte pas de Jacques Brel. Aunque hubo risas, con esa canción vuelve esa Silvia más mayor. Y es que esa canción despierta añoranzas. La voz de Brel cesa, vuelvo a parpadear y regreso al volcán, aunque con algo más de carga en mis maletas.

Sigo en ese mundo de fantasía. La noche se llena de luciérnagas que danzan al compás de la música mientras Ícaro sigue buscando a su amada. La amada que termina de seducirlo en una danza de movimientos imposibles.
Unos genios del fuego festejan la vida y vuelan, como brasas que se lleva la brisa y que iluminan la noche.

Yo no dejo de observar. Unas veces, con una sonrisa en el rostro. En otras, sobrecogida, aguantando la respiración por la emoción. Y siempre, siempre, con los sentidos alerta, para no perderme nada de ese baño de luz, música y vida que ha sido, al menos para mí, Varekai.

Una bellísima fábula. Un pequeño trocito de vida.

5 comentarios:

Fran dijo...

El circo no me gusta, pero después de leer tus palabras, me he picado.
¡Qué bien te cuidas!

Turulato dijo...

¡Qué viva estás!

Turulato dijo...

A mi nunca me gustó el espectáculo del circo "habitual". Decrépito..; para saborear alguno de sus aspectos, que lo merecían, creo que había que tener una sensibilidad de la que carecía de niño.
Pero este y el ruso han evolucionado; mantienen la esencia del circo, pero desarrollando sus formas y contenidos.
Capi, tendremos que irnos de farra..

Luis Caboblanco dijo...

Celebro que lo pasárais bien...

Poledra dijo...

Lo has relatado de una manera maravillosa.

:-)

A mi también me encantó.

Un abrazo