jueves, 4 de junio de 2009

Días sin huella


Ayer, después de la jornada laboral y de estudiar un ratillo, encendí la televisión antes de irme a la cama. Últimamente lo hago a menudo. Enciendo la tele, conecto el apagado automático y me acurruco en la cama. Mano de santo, porque caigo dormida al poco. Lo que es una faena cuando lo que hay me gusta. Como anoche.

La mayoría de las películas de Billy Wilder cuentan entre mis favoritas y aunque me encantan sus comedias, que le han dado más popularidad entre el gran público (como El Apartamento, Sabrina, Irma la Dulce o Con faldas y a lo loco), me apasionan sus dramas.

Ya hablé en una ocasión de uno de esos dramas, Testigo de Cargo (Witness for Prosecution) con una soberbia Marlene Dietrich.
Quizás en un futuro, lo haga sobre otros dos que creo que son obras maestras del cine, El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard) y Perdición (Double Indemnity), dónde Bárbara Stanwyck interpreta a la Mujer Fatal (así, con mayúsculas).

Pero hoy toca hablar de una película que le valió el Oscar como mejor director, pero que quizás es menos conocida, Días sin huella (The lost weekend). Aunque realmente tampoco voy a hablar mucho de ella, porque creo que es mejor que la veáis.

La película cuenta el fin de semana en la vida de un escritor alcohólico, Don Birnam (Ray Milland) y cómo afecta su alcoholismo a la relación con su novia Helen (Jane Wyman, la malvada Ángela Channing de FAlcon Crest) y con su hermano Wick (Philip Terry), que intentan sacarle del pozo sin fondo dónde se ha metido. Recurriendo a flashback y elipsis vemos como ha llegado hasta esa situación extrema, a esa relación de amor-odio con la botella, que le hace caer pero que siente también como un bálsamo para sus dolores.

Seguramente, ésta sea la primera película dónde se trata el alcoholismo de un modo serio y deja de presentarse al borracho como un tipo simpaticote que hace gracias.

Empatizo con el dolor de las personas que rodean a Birnam, pero sobre todo, empatizo con el dolor del propio escritor. Con lo que siente que es y con lo que se ha convertido.

Hay varias escenas en la película que se han quedado en mi memoria.
Quizás la que más me impactó la primera vez que ví la película y que sigue haciéndolo, es la escena del delirium tremens.
La conversación con Nat el camarero, que es otro de los personajes de la película, de los "beneficios" del alcohol; el monólogo final o el pasaje en el que Birnam habla de los dos Don, el borracho y el escritor, de como el primero se hizo con el control sobre el segundo, de como empezó a dar pasos hacia ese pozo sin fondo; como va de una casa de empeños a otra, con la desesperación dibujada en el rostro, para cambiar su máquina de escribir por unas monedas con las que comprar algo de alcohol; son algunas de esas escenas.

Hay muchas frases y diálogos buenísimos en toda la película. Wilder y uno de sus colaboradores habituales Charles Brackett ganaron el Oscar al mejor guión. Podría destripar más la película (y sigo recomendando que la veáis) así que sólo voy a poner uno de los diálogos entre la pareja protagonista (la de carne y hueso, porque la botella no puede hablar).

Helen.— ¿Serás bueno, verdad cariño?
Don.— Si Helen. ¿Pero podríais dejar de vigilarme todo el tiempo? Dejar que lo haga a mi manera. ¡Lo estoy intentando!
Helen.— Ya sé que lo intentas, Don. Los dos lo intentamos. Tú intentas dejar la bebida... y yo intento no dejar de amarte.

1 comentario:

Fran dijo...

Me has picado el gusanillo y casi siempre me han gustado las películas que me has recomendado.
Lástima que estemos tan lejos, porque seguro que la tienes y me la puedes prestar para verla.
Veo que estás algo prolífica, ¿no? Descansa y estudia, anda.