viernes, 5 de septiembre de 2008

Violetas


El mes pasado, uno de mis clientes, me trajo un detallito por haberle preparado unas buenas vacaciones, para él, sus hijos y sus nietos.

Y ni proponiéndoselo, acierta más con el regalo: una caja de caramelos de violeta.
No sé si habréis tenido oportunidad de probar estos caramelos. No a todo el mundo les gusta su sabor, pero a mí me pirran y son la alternativa más económica a las propias flores escarchadas con azúcar, que son un capricho algo caro, pero que de vez en cuando hay que concederle al cuerpo.

Como he dicho, me pirran y este caballero me regaló una cajita. Pero no una cualquiera, sino una primorosamente envuelta, casi con mimo, de las que venden en La Violeta, una de mis tiendas favoritas de Madrid.

Es una bombonería de las toda la vida, abierta a principios del siglo XX y que no cerró sus puertas ni durante la Guerra Civil. Está en la plaza de Canalejas, cerca de Sol y del Congreso y según te acercas a la puerta, tiene un aroma inconfundible, que hace que te den ganas de pegar la nariz contra el escaparate.

Recuerdo cuando era pequeña e iba con mi padre a Casa Mira (que hace de los mejores turrones que he probado nunca), que está muy cerca, a comprar turrón de yema, que tanto le gustaba a mi abuelo y después nos acercábamos dando un paseo hasta La Violeta, dónde siempre caía una cajita de caramelos. Y como yo, conteniendo las ganas de comerme los caramelos, paseaba orgullosa con mi cajita envuelta con ese lazo tan mono.

Hace un momento, mientras estudiaba, me dió por satisfacer mi gula con un par de estos ricos caramelos. Y mientras se deshacían en mi boca, llenando mis papilas de ese sabor tan característico, recordaba esos paseos infantiles con mi progenitor. O como muchos años más tarde, entre risas, le descubrí a mi goloso esos caramelos y me regaló una cajita de violetas escarchadas y como paseaba otra vez orgullosa con ella en la mano (aunque más que por los caramelos, por la compañía).

Algo tan pequeño y dulce y la de dulces recuerdos que me ha traído a la cabeza.

5 comentarios:

Turulato dijo...

¡Cómo escribes, redios!. Al leerte, conviertes en violetas las palabras y en sabroso aroma su sonido

Anónimo dijo...

Me encantan esos caramelos... y las mandarinas envueltas en papel transparente en las que cada gajo era un caramelo ¿todavía existen?
Me encantan los recuerdos de sabores y olores, y más descritos de esta manera tan especial.

Blas de Lezo dijo...

Eres buena en tu trabajo porque seguro lo eres como persona. Esos famosos "renglones torcidos" de no sé que dios humano, han hecho que recompensen tu profesionalidad y buen ser trasladándote a los momentos bellos de una vida con un regalo inesperado.

Felicidades, Blas

Fran dijo...

Blas, yo doy fé de que lo que dices es cierto: es buena persona. Quizás, demasiado buena en algunos momentos.

Yo recuerdo el día que apareciste en la presentación de una mayorista con una cajita de violetas escarchadas.
"de mí para mí, porque me quiero" o algo así dijiste.
Deshiciste el lazo con cuidado, casi reverentemente y antes de coger una de las florecillas, ofreciste a los que te rodeaban. Aunque lo que más recuerdo, es que casi te quedas sin catarlas debido a tanto gorrón como hay suelto por el mundo. Ahora que lo pienso, esa escena ha sido la vez que he presenciado literalmente eso de echar flores a los cerdos.

Ahora, al "turrón" (si es de Casa Mira, mejor), ¿cómo se han dado tus exámenes?

Besos

Silvia dijo...

Gracias Turulato.

Lúcida, las mandarinas me gustaban un poco menos, me resultaban muy dulces. Y es que a mí los cítricos me gustan que tengan ese punto ácido...Yo las ví no hace mucho en una confitería de las de siempre. Recuerdo otro caramelo de la infancia, los "dráculas" que te dejaban la lengua colorada. Y los peta zeta...Ahora al recordar esas lechucerías (golosinas) varias, lo que más recuerdo de cuando era pequeña eran las paciencias, que me encantaban. Meterte una en la boca, ablandarla un poco y después, hincarla el diente. O con muchas a la vez, abrir la nevera, beber a morro de la botella de leche y esperar a que el conglomerado que se te forma en la boca, se pueda deglutir. (Y evitar a tus hermanas, para que no te hicieran reir y acabara manando leche de tu nariz mientras te ahogabas por la risa)

Blas, pues sí creo que soy buena en mi trabajo, pero aún me quedan tantas cosas por aprender. Además, tengo buena suerte y muy buenos clientes.

Fran, tanto como para llamarlos cerdos no es, que además yo ofrecí.

Besos dulzones a todos