viernes, 25 de diciembre de 2009

Día de Navidad

Seguramente fuera el calor de estar todo el día entre fogones, cerca del horno. Aunque yo prefiero creer que es el calor navideño y la alegría de la noche. El caso es que al salir a la calle, a pesar de las bajas temperaturas, yo no sentía frío.

Puse como excusa que había quedado, cuando lo único que quería era un momento a solas conmigo misma. Sin darme cuenta, mis pasos me llevaron hasta la iglesia de mi barrio. Este año no estaba ella para acompañarla y tratar de protegerla con mi cuerpo del frío, pero aún así fui.

La iglesia estaba bastante llena. Sobre todo, mujeres mayores, algunas acompañadas de sus nietos. Rostros familiares, vistos otras tantas Nochebuenas. Me senté al fondo, alejada un poco de todos.

Mientras esperaba a que comenzara el oficio, dejé que mi mirada vagara por la nave de la iglesia. Es una iglesia sencilla, de barrio. No hay oropeles ni grandes obras de arte colgadas de sus paredes, quizás hacía algo de frío, pero es acogedora.
No me considero una persona religiosa, pero las iglesias, los monasterios, tienen algo que me relaja.

Si soy sincera, no presté demasiada atención al oficio, pues mi cabeza estaba en otra parte. Es como si con cada parpadeo, al abrir nuevamente los ojos, contemplara una escena de mi pasado. Una especie de extraño Cuento de Navidad.

Al salir, la lluvia caía mansamente. Mientras todos desplegaban sus paraguas, yo me quité las gafas, las metí en el bolsillo de la chaqueta y salí a pasear bajo la lluvia. Dejando que las gotas bajaran por mi cara, arrastrando algunas lágrimas que se deslizaban por mis mejillas. Estuve paseando bajo la lluvia no sé por cuanto tiempo, hasta que llegué a casa empapada.

Después de la "bronca" de mi progenitora, estuve jugando con ellos un rato a las cartas antes de irme a la cama. Tenía sueño, pues dormí mal la noche anterior, pero tenía que aguantar despierta. Al poco rato, todos se acostaron. Esperé un poco más a que todos estuvieran dormidos para llevar a cabo mi plan.

En mi casa es tradición intercambiarnos regalos después de la cena de Nochebuena. y así hicimos. Pero este año, me propuse que estas Navidades, a pesar de las ausencias, mi familia no perdiera la esperanza y la capacidad de disfrutar.

Me levanté en silencio, en medio de la noche. Y me fui hasta mi escondrijo del que saqué una bolsa con regalitos, para mí también (por no levantar sospechas), que dejé bajo el árbol de Navidad.

Esta mañana me he despertado de las últimas y sonreían. Preguntaban que quién era el responsable, pero yo me hecho la tonta. Y me he sorprendido al abrir mi paquete (espero que la actuación fuera creíble).

Y es que en Navidad, también hay que soñar un poco.

2 comentarios:

Fran dijo...

Me gusta. Mucho. Y me alegra aún más.
Papá Noel me ha dejado un regalo para ti. Te lo doy el lunes.
Un abrazo

Turulato dijo...

Eres de lo que ... (adivina un poco y no preguntes, anda)