lunes, 21 de diciembre de 2009

Juguetes infantiles

El sábado, no sé si porque inhalé pintura en la oficina por la mañana o porque soy pelín masoca, acabé yendo con mis tres sobrinos a la planta de juguetes de un conocido centro comercial. Además de hacer deporte (¿Quién quiere gimnasio pudiendo correr detrás de tres niños pequeños sobrados de energías?), tuve tiempo para la añoranza pues ví algunos de "mis juguetes".

Según mis padres, yo era una niña muy tranquila y poco caprichosa, a la que le dabas un libro o uno de sus juguetes y era capaz de entretenerse sola. Ni una voz más alta que otra, ni una queja. Nada. No había Silvia en horas.

Con dos o tres años, iba a todas partes con Rufo. Rufo era un perro de plástico, con gorro de Sherlock Holmes y grandes orejas marrones, al que llevaba a rastras por todos lados. No me separaba de él ni a sol ni a sombra. Hasta que un día, uno de mis primos, que quería mi perro y era (es) un puñetero envidioso decidió romperlo. He de decir que pasada la llorera inicial, yo le rompí la cara.

Más tarde y coincidiendo con mi única (y espero que siga así) estancia en un hospital, me regalaron unos clicks, unos Barriguitas y una muñeca Nancy negra.
Esta última duró hasta que mi hermana pequeña decidió amputarle una pierna, cosa que me fastidió muchísimo, porque mi muñeca era distinta. Todas las de mis amigas tenían larga melena rubia. Y en mi caso, la que tenía la larga melena era yo.

Los Barriguitas me sirvieron, junto a la Nenuco de mi hermana, a fomentar mi vocación. Los sentaba a todos en el suelo de la habitación, detrás mía, y les iba explicando, con un boli en plan micrófono, el viaje que estábamos realizando.
"Aquí a su derecha tienen la Catedral de Burgos..."

La verdad es que esas muñecas eran muchísimo más bonitas antes, porque ahora, entre los ojos esos tan raros (parecen extraterrestres) y tan pintadas...

Pero sin lugar a dudas, los clicks fueron mi juguete favorito. Me tiraba las horas muertas sentada en el suelo, sola o acompañada, inventando historias o reviviendo historias que leía en libros (una de mis favoritos era "Dos años de vacaciones" de Julio Verne).
Este sábado, con mis sobrinos, volví a jugar con ellos. Montamos la casa y la clínica veterinaria que les regalé a los niños y estuvimos hasta las tantas jugando. Lo que me pude reír con mi sobrino (que hoy cumple tres años) que cogía su mosquetero e intentaba hablar, como hacía yo, con acento francés.

Mientras ellos jugaban y me pedían que sacara mis clicks (pues conservo aún alguno por si, cada vez lo veo más improbable, tengo un niño o me da por tener una regresión infantil), recordaba las tardes de invierno jugando ante las miradas de mis abuelos o de mis padres, compartiendo el tiempo con mis hermanas o amigos; soñando a que encontrábamos un tesoro, conquistábamos un castillo o montábamos una colonia en una isla desierta...

Nos creíamos tan poderosos. Éramos tan inocentes...

3 comentarios:

Fran dijo...

Mujer, aunque a veces la líes en tu caso, la cara va a juego con la persona. Y tienes cara de niña buena.

Mi juguete favorito era un madelman que se cargó mi primo, aunque al mío no le pegué. Años después, cierta bodeguera a la que se lo comenté de pasada, me regaló uno igual, que está "secuestrado" por mi hijo.

Voy a tener que dar la razón a Goliath. Cuando no te das cuenta, resultas muy tierna. Si le compro clicks al nano, ¿le enseñas a jugar y pones acento francés?

Turulato dijo...

Ese último párrafo describe algo parecido a la felicidad. La calificas en la última línea de inocencia.. Quizá. Pero creo que le va mejor, bondad.

Blas de Lezo dijo...

... y lo seguimos siendo, solo hay que hacer un pequeño esfuerzo, tu imaginación te sigue esperando.

Creo que es el mayor juguete que tenemos esta especie inteligente de homo sapiens, la Imaginación.

¡¡¡Imagina!!! y volverás.

Un beso imaginativo. Blas