martes, 22 de diciembre de 2009

La bolsa de canicas

Cuando era pequeña mi abuelo me hizo con un recorte de piel, una bolsa para guardar las canicas. Me gustaba mucho jugar a las canicas y no se me daba mal, con lo que el número de mis canicas (pues si ganabas, le ganabas canicas al rival) aumentaba. La piel de la bolsa se iba desgastando y era cada vez más frágil, hasta que un día, no aguantó más y se rompió. Todas las canicas cayeron desparramadas por el suelo y perdí alguna en el proceso.

Hoy he recordado esa vieja bolsa al ver un niño con unas canicas. No porque me apetezca jugar a las canicas, sino porque he pensado en el dolor y en lo que nos puede romper.

Hace unos días, pensaba en que cuando estás sólo sacas el dolor a relucir más fácilmente. Gimes, gritas, gruñes, te retuerces, te encabronas... Lo que sea para buscar algo de alivio. Porque salvo a ti misma, tu dolor no le importa a nadie. Y tampoco le hace daño a nadie, salvo a ti.

Pero cuando te importa algo más que tu propio ombligo, procuras aguantar. Vas acumulando, como si fuera mi vieja bolsa de canicas, los dolores, lamiéndote las heridas en silencio.
Cuesta horrores porque, y hablo por mí (como he estado haciendo desde el principio), el dolor y el miedo no andan demasiado alejados. De vez en cuando, dejas escapar alguna que sabes que, intimamente, no es para tanto.

Hasta que un día, una simple "canica", pequeña, hace que una se rompa. Quizás no haya ningún motivo (aunque, ¿a quién queremos engañar?. Siempre lo hay). O quizás sean todos. El hecho es que todos los dolores y los silencios acumulados se desparraman y braman.

¿Qué hacer? Yo no soy quién para juzgar las reacciones de nadie y esto no deja de ser sino otro ejercicio de egocentrismo. Yo recurro al "silencio". No es que deje de hablar, pues eso (en alguien que habla hasta por los codos) llamaría la atención sobre mí y no quiero. Sólo quiero irme a mi agujero, lamerme las heridas y gritar mi rabia sola para no herir a nadie. Pero me comporto como una trilera, desviando la atención para que nadie sepa que sucede. Aunque me muera de ganas de sentirme acogida y protegida. Quizás, porque en el fondo, no encuentre mi sitio para estar protegida. O quizás, porque como me dijeron hace muchos años, no basta con querer creer.

Supongo que esto será cosa del japonés que vive en mi cuello. O que los viajes en autóbus, contemplando un Madrid lluvioso, dan mucho de sí...

4 comentarios:

Turulato dijo...

Si yo supiese decir mis cosas tan bien.. Quizá alguien podría oírlas. Pero nunca he querido y nunca querré.

Fran dijo...

Y hablar de ello ahora no será otra forma de jugar con la bolita, ¿no?

Silvia dijo...

No, Fran, no lo es.
Sólo que no basta con decir "quiero creer". Como en todo, al igual que ser feliz, es cuestión de tomar una decisión y ponerla en práctica, de dar un salto a ciegas.
Sólo que tememos que al sar ese salto, nos vayamos a hacer daño. Pero seamos realistas, si del otro modo, también se hace una daño, ¿por qué no intentarlo? A lo mejor, se cae de pie en ese salto...
No sé si me he sabido explicar.

Se me va mucho la olla cuando duermo. Y cuando no duermo. Vamos, que se me va la olla siempre (y el japo no ayuda demasiado)

Anónimo dijo...

Autosugestion....?