Portugal: Sintra I
Visto que tendré que esperar un tiempo para regresar a Portugal en carne y hueso, recurro otra vez a los recuerdos. Mi siguiente destino iba a haber sido la región de Leiria-Fátima, pero Dianora me pidió algo sobre Sintra y aquí va. Espero que te sea útil.
Cuando voy a hablar sobre algunas cosas que considero muy especiales, siento algo de temor reverente. Y es que me siento más torpe de lo habitual y no sé si lo haré como se merece. Pero vamos allá...
Para mí, Sintra es cerrar los ojos y escuchar con la imaginación ecos de leyendas y rituales de antiguos druidas; es respirar profundamente y oler historias del pasado; es encontrar ese rincón en el que sabes que has cruzado al otro lado del espejo o el sentir como se te impregna cada poro del cuerpo de la magia que rodea esas montañas. Por un lado, me invita a pasear sola por su calles y por otro, me pide que me pierda del brazo de ese hombre especial y comparta confidencias al oído...
Podría recrearme durante horas en todas esas sensaciones, pero será mejor, por el bien de este artículo, que vuelva a terrenos menos 'farragoso' y continúe escribiendo.
Para llegar, lo más práctico es el tren. Normalmente se coge en la estación del Rossío, pero como ahora está en obras, lo mejor es consultar en turismo de Lisboa. Con la Lisboa Card ese tren es gratuito, así como la mayoría de monumentos de la región con lo que puede ser una elección muy acertada si os gusta 'ver piedras e iglesias'.
La línea que lleva a Sintra, pasa por Queluz, a sólo 15 kms. de Lisboa y si se dispone de tiempo, se puede parar a visitar el palacio.
Inicialmente fue un pabellón de caza, pero el rey Pedro III lo mandó ampliar y transformar en un palacio de verano, al estilo de Versalles (aunque más modesto). Merece la pena recorrer sus salas y dar un paseo por sus jardines, en los que Pilar Miró rodó parte de “El perro del hortelano”. Se usa como residencia para los jefes de estado extranjeros que visitan el país y si alguno quiere alojarse en el recinto, puede hacerlo en la Pousada Dona Maria I (las pousadas son una especie de paradores), situada en el edificio que ocupaba la Guardia Real de la Corte y degustar uno de los ricos platos del restaurante Cozinha Velha, en las antiguas cocinas (eso sí, hay que llevar buen monedero).
Llego a la Vila Velha y antes de perderme por sus calles y visitar el Palácio Nacional, opto por visitar el Palácio da Pena. Si se viaja en los meses de verano, conviene llegar temprano a la ciudad y que ese sea el primer destino, para evitar aglomeraciones.
Situado a 4 kilómetros monte arriba, está prohibido subir en coche particular (eso es la teoría, que yo he subido), teniendo que emplear el microbús municipal (número 434) o taxis (que si van cuatro personas, suele merecer la pena). La carretera es estrecha y en algunos tramos, cogen dos coches a duras penas, pero el viaje es maravilloso.
Entre los árboles, se ven palacetes y chalets, residencias de verano de aristócratas portugueses y europeos y refugio de poetas de otros tiempos.
Los árboles observan el paso del minibus y el silencio, roto por el ruido de los coches o de los pájaros, es una excelente banda sonora. ¿Estará vigilando el hada que aparece cada noche por estos parajes? Por si acaso, seré buena, que tengo muchos deseos que pedirle. Todo está rodeado de un halo mágico y es que esta sierra, conocida como Monte da Lua (monte de la Luna), ya era conocida en la antigüedad por la presencia de cultos astrológicos como atestiguan los restos arqueológicos.
Bajo antes de llegar al palacio para poder visitar el Castelo dos Mouros.. Una pequeña cuestecita (una de las múltiples que hay en la ciudad) y llego a la entrada principal.
El castillo lo fundaron los musulmanes, posiblemente en el siglo IX, y nunca se entabló ninguna batalla en él (Los habitantes se rendían sin más, ya que más que defensivo, tenía funciones de vigilancia). El paso del tiempo y el terremoto de 1.755 lo dejaron casi en ruinas, pero la restauración encargada por el rey consorte Don Fernando II lo dotaron del aspecto actual. Me gusta visitarlo en días algo neblinosos, cuando ésta se va disipando y los rayos del sol iluminan sus murallas.
Desando mis pasos hacia la carretera y el minibús me lleva hasta el Parque y Palácio da Pena. El autobús deja en una explanada, a unos 15 minutos caminando de la entrada del Palacio. Hay una especie de tranvía que te lleva (previo pago de su importe) hasta la entrada, pero creo que merece la pena más el paseo. Don Fernando II, el que reconstruyó el castillo, compró estos terrenos que formaban parte del antiguo "Mosteiro jerónimo de Nossa Senhora da Pena" para adaptarlo como palacete. Y a su alrededor, como jardines, construyó el Parque da Pena. Pero no son unos jardines tradicionales, con sus setitos y sus parterres de flores, no. Aquí todo está integrado con el entorno, siendo el marco perfecto para un cuento de hadas. Y claro, todo cuento de hadas que se precie,
necesita un castillo para que viva la princesa. Levantas un poquito la vista y ¡Deseo concedido!. Ahí está, con sus paredes grises, amarillas y rosadas, las murallas, ese tejado oriental que recuerda al palacio del sultán (¿estará Scherezade contándole una historia?), aquella otra torre adornada con detalles manuelinos...Y lo mejor está aún por llegar, al cruzar su portón principal. Vemos distintos estilos decorativos: arte egipcio, árabe, gótico, manuelino, renacentista...todo revivido gracias al afán romántico de Don Fernando. Y en cada una de sus veintiséis salas, se mantiene el ajuar y el mobiliario original, lleno de mravillosos detalles. ¡Qué peligro visitar el palacio con mi hermana Raquel! Si en el museo de los carruajes había que estar con mil ojos, aquí mil eran pocos, porque enseguida se nos despistaba para comenzar a jugar a las princesitas. Si hasta yo, que de pequeña prefería los piratas a las princesas, me sentía influida por el ambiente mientras paseábamos por sus salas. ¡Y lo que disfruté años más tarde buscando símbolos esotéricos! Decían que eran un lenguaje cifrado para masones y rosacruces y yo, que había alucinado con "El péndulo de Foucault" de Umberto Eco, me pasaba horas muertas siguiendo su rastro. Por cierto, este castillo sirvió como inspiración al rey Luis II de Baviera, el rey loco, para construir el célebre castillo de Neuchswanstein.
Regreso a la carretera para pasear hasta la Vila Velha. El trayecto es agradable y además, cuesta abajo. Dejo a un lado la "Quinta de Monte Sereno", de propiedad privada y casi al final de la 'Calçada da Pena', veo a a lo lejos la Igreja de São Pedro de Penaferrim , de origen medieval. Mis pasos me llevan por la Rua da Trindade, dónde está el Convento da Santíssima Trindade, ahora una residencia particular, pero hoy no me detendré aquí. Veo por encima de los tejados las famosas chimeneas del Palácio Nacional y me detengo ante la Iglesia de Santa María .
La iglesia fue mandada construir por el rey Don Afonso Henriques (el que conquistó Lisboa y Sintra) en el siglo XII, aunque sufrió remodelaciones en los siglos XIII y XIV y como no, tras el terremoto de 1.755. En los alrededores de la iglesia, se ha encontrado una necrópolis con tumbas que se remontan al siglo XV. Antes de llegar a la iglesia, busco con la mirada una placa en una de las casas que hay a la derecha, la Casa de Adro . Y es que en esa casa vivió Hans Christian Andersen, cosa muy lógica ya que uno de los mayores escritores de cuentos tenía que haber vivido un tiempo en un reino de hadas.
Bajo por la 'Calçada dos Clérigos' y acalorada como estoy con tanto paseo, aprovecho la excelente calidad de las aguas de la Fonte da Sabuga , de origen medieval aunque reconstruida en el siglo XVIII (el que adivine el motivo, está invitado a un travesseiro de "A Piriquita").
Se me ha abierto el apetito. Unos pasos más, desciendo unas escaleras y llego a la Rua das Padarias. ¡Qué bien huele! Y es que en esta calle, está la célebre fábrica A Piriquita , en la que hay que comerse un delicioso travesseiro o una rica queijada recién sacados del horno (hay que tener cuidado de no quemarse). Los travesseiros están hechos de hojaldre y la receta del relleno es secreta, pero creo que llevan almendra, huevos y cabello de ángel. Con mi pastel y una bica, repongo energías antes de mi próximo asalto: el Palácio Nacional.
1 comentario:
Hola! Me llamo Virginia, soy de Málaga y no nos conocemos, pero la semana pasada estuve en Sintra y... buscando en el Goggle "Palacio da Pena leyendas" he llegado a tu blog. Me encanta tu forma de redactar y explicar las cosas, porque le has puesto palabras a lo que sentí paseando entre tanta piedra y tantos colores. Pronto volveremos, ya lo verás, y Sintra nos recibirá como si nunca nos hubiéramos ido!
Un abrazote, mi absoluta desconocida :)
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