lunes, 30 de junio de 2008

Tarde en la piscina

Me siento en el borde la piscina, con las piernas sumergidas en el agua. Cierro los ojos y con las yemas de mis dedos, acaricio la superficie, dibujando sin pensar en lo que hago, pues mi cabeza está en otra parte.

Oigo un rumor sordo de conversaciones a mi espalda, pero no soy capaz de entender lo que dicen. Y la verdad es que tampoco me importa. Seguramente, para quién me observe, pueda parecer que estoy tomando tranquilamente el sol, relajada. Pero mi cabeza es un hervidero de pensamientos, discutiendo conmigo misma, recordando, analizando, planificando...

Al revisar algunos recuerdos, siento como la melancolía se pega a mí como una segunda piel. Comienzan a caer lágrimas por mis mejillas. Es gracioso antes no me permitiría llorar en público y así mostrar que soy vulnerable. Ahora, lo único que me preocupa es que los que me quieren, al ver mis lágrimas, crean que estoy mal y se entristezcan. Porque yo sé que la melancolía es algo inherente a mí, como también lo es la risa, y no es mala. Sólo es otra faceta.

Hace calor y me pica la espalda por el sol. Me zambullo en el agua fría y las lágrimas se diluyen en el agua. Nado de forma mecánica, mientras sigo dando vueltas a mis cosas.

Después de unos largos, regreso al lugar en el que estaba sentada y apoyo mi barbilla sobre mis brazos, en el bordillo, descansando. Entre la quemazón de los ojos por el cloro y que no llevo las gafas, más que ver, intuyo las formas.

Ahí está mi abuela, tan menudita. Cuando hablaba con ella por teléfono la semana pasada, me contaba sus achaques y lo pachucha que estaba, que no salía de casa ni para ir a misa. Ahora la veo sentada en la sombra, charlando con una señora también mayor y no puedo evitar sonreír al sentirme una medicina de metro setenta. Y es que me imagino que no necesita últimamente más, para estar algo mejor, que tener a los suyos cerca. Me quedo un rato mirándola, con cariño, sin que ella se dé cuenta.

Vuelvo a sentir calor y me hundo hacia el fondo de la piscina, para nadar un rato y refrescarme. Cuando saco la cabeza del agua, creo ver a mi abuela en pie junto a mi tío, que ha venido a buscarla para regresar a casa. Salgo del agua para despedirme de ella y me llevo una regañina por estar tanto tiempo en el agua tan fría.
¡Que te vas a resfriar! ¿Has traído una chaqueta para ir luego a los fuegos?
Me entran unas ganas enormes de darle un abrazo de oso, pero entre que estoy empapada y lo frágil que la veo, me da miedo hacerle daño. Así que me contento con darle un par de besos enormes y sonoros en la mejilla.

Vuelvo a la piscina a intuir un poco el panorama.
Hay una niña, Marta (sé su nombre por las voces que pega su madre). Es muy pequeña, canijilla, con no más de cuatro años. En su figura destacan los enormes manguitos de color rosa. Le protesta a su madre porque quiere venir al agua conmigo y su madre no la deja porque el agua esta fría. Por fin, Marta se sale con la suya y viene al agua.
Echamos una carrera, que naturalmente pierdo. Al par de minutos, su madre la saca a la fuerza, porque tirita de frío. Pero la niña es cabezota (y me gusta), se zafa de la madre y vuelve al agua. Ha aprendido y no se acerca a la orilla, para que la madre no pueda cogerla y obliga a la madre, que da grititos ridículos por el frío, a meterse en el agua.

Van y vienen más vecinos, pero sigo con la piscina para mí y mis pensamientos. Sólo mi tranquilidad se ve perturbada por unos chavales que acaban de llegar de fiesta, visiblemente alcoholizados. Por suerte, se van pronto, pues el agua tan fría les puede quitar el pedo y según les oigo decir hay que beber hasta la inconsciencia.

Salgo a secarme al sol y a charlar con unos conocidos que viven en Bélgica. En un rato, entre risas, Gonzalo y yo arreglamos el país, Europa y si se descuidan, el mundo. Una alerta en el móvil me avisa de que falta poco para prepararme. Le pido a mi tía las llaves de la casa de su novio para subir a darme una ducha antes de irme al teatro, pero antes no me resisto a darme el último chapuzón.

Mientras espero a que llegue mi acompañante a buscarme para irme al teatro, oigo voces desde la piscina. Parece que Marta ha vuelto a escaparse del cuidado de su madre y ha vuelto al agua. No puedo evitar reírme.

Fue una buena tarde, equilibrada. De las que hacía tiempo que necesitaba.

6 comentarios:

Fran dijo...

La melancolía será una de tus facetas, pero es mucho más bonita la risa.
Un abrazo, pececillo

Oshidori dijo...

No debe asustarnos la melancolía, pues es un sentimiento que nos nace, y nos hace. Todos los sentimientos forman ya parte de nosotros, y nos equilibran.
Eres una medicina maravillosa.
Mil besicos

SOMMER dijo...

Sabes? transmites con tus relatos tu estado de ánimo. Este post rebosa tranquilidad, sosiego, reflexión, añoranza.
Me gusta

Besos

Anónimo dijo...

Hasta a mi me ha venido bien leerte, así da gusto.

Besos

Unknown dijo...

Querida amiga, desconecta allí con tu abuela, te quiero y es normal que los que te queremos nos preocupemos por tí, yo nunca te trataré como si no fueras capaz o te haré sentir pequeña, se que puedes, animo porque todo pasará. Que envidia por cierto con el bañito cabrona

fdo: una que aún no se ha dado un baño de verano... ni piscina ni mar...

Turulato dijo...

Una gozada. Leerte. Y sentirte.