martes, 30 de noviembre de 2004

Crónicas del paraíso, 2ª parte

Antes de comenzar la excursión prevista para el día, nos enseñaron el hotel en el que estábamos alojados. La verdad es que las habitaciones necesitaban un buen lavado de cara, pero las villas (que tenían cocina) eran muy majas para ir con amigos o la familia (la capacidad era de 4 personas y había algunas de hasta 8 personas) y además salían bien de precio (el hotel se comercializa ahora en régimen de todo incluido y una villa para 4 personas venía saliendo por unos 200 euros por noche).
Después de la visita del hotel, más autocar. La faena es que allí la velocidad máxima son 90 kilómetros por hora y las carreteras no son gran cosa, lo que se hace muy pesado. Además, en este trayecto fuimos por auténticos caminos de cabras y a nuestro autobus le costaba un poquito subir las pendientes (en más de una ocasión, parecía que íbamos a tener que empujarlo).
Nos dirigimos junto al Parque Nacional Rincón de la Vieja (en la cordillera de Guanacaste), al hotel Hacienda del Guachipelín. La verdad es que me hubiera gustado subir haciendo senderismo al volcán, pero la falta de tiempo nos lo impidió (la ascensión y descenso eran unas 6 horas si no recuerdo mal).
Pues bien, en la Hacienda Guachipelín comenzó mi particular descenso (o ascenso sería más apropiado) a los infiernos. Antes de empezar las actividades que nos tenían preparadas, visitamos el hotel (sencillo pero genial para hacer actividades de multiaventura). En principio, teníamos que elegir entre las dos actividades que nos propusieron, el canopy y una ruta a caballo, pero gracias al dueño del hotel (un pintoresco caballero vestido como si fuera John Wayne, con gorro de vaquero, botas y una enorme hebilla de cinturón) dijo que se podrían hacer las dos. Yo me decanté por empezar primero con el canopy.
Para aquellos que no lo sepan, el canopy es la práctica de tirolinas entre las copas de los árboles, en plan Tarzán. Pues bien, yo iba tan tranquila a hacerlo. De hecho, fui la tercera en deslizarse por el cable, pero tuve dos pequeños problemas.
El primero fue que no me dijeron como poner bien el brazo que se usa para ir frenando y entre eso y que me dolía pues había tenido una tendinitis me solté y me agarré al cable. Fui disfrutando del trayecto, convencida de que ya frenaría (seguramente contra algo en plan George de la jungla) cuando llegara al final o que habría una especie de zona de desaceleración. Pero el segundo problema fue que no frené y reboté, quedándome a bastantes metros de la plataforma. En los primeros segundos que estuve colgando como un jamón a unos 40 metros de altura, esperaba confiada que me hubieran colocado un arnés en los riñones (iba de espaldas y noté un golpe en los riñones cuando reboté). El problema es que parecían tardar mucho y cometí el gran error de mirar hacia abajo. Nunca he pasado tanto miedo en mi vida como en ese instante. Empezó a entrarme la neura de que el cable y el arnés no iban a aguantar y me iba poniendo más nerviosa, tanto que me quedé rígida e incapaz de moverme. Si hubiera podido sujetarme con los dientes, lo habría hecho. Supliqué que me sacaran de allí y veía al chico tomarse la vida con una parsimonia que hacía que tuviera más miedo. Por mi mente sólo pasaban imágenes de mi cuerpo espachurrado contra el suelo, de cómo sería la caída...sólo recuperé un poco la calma cuando noté las piernas del chico alrededor de mi cintura y ya fui capaz de agarrarme al cable y desplazarme hasta la plataforma. Cuando llegué, me temblaban las piernas y las manos sin control y no besé el suelo de la plataforma como el Papa pues no sé porque.
Lo lógico sería que después del susto, me plantara y me fuera al bar a tomarme un zumito, ¿pero quién ha dicho que yo sea lógica?
Bajé hasta la siguiente plataforma y después de pensármelo, volví a repetir. En que hora... no me avisaron que una vez que hiciera ese, no podría echarme para atrás hasta buen rato después. Así que me ví en una plataforma de madera enganchada a las paredes del cañón por cables de acero y a veinticinco metros de altura más o menos, pero lo peor estaba por llegar (hubo un momento en el que el monitor me dijo que me echara para atrás y mis pies no encontraron suelo). Había un tramo que había que desplazarse por una pared, apoyandose en unas grapas de metal enganchadas a la pared. Ahí lo pasé fatal pero lo peor fue que al llegar, yo esperaba un espacio amplio y sólo era el equivalente a dos baldosas. El salto en plan Tarzán fue muy divertido lo que no fue tanto fue la llegada. Estaba en una plataforma de un metro por un metro a 25 metros de altura, la única salida suponía escalar (genial para mi rodilla) ayudada por las grapas y para más inri, se me enganchó el arnés y el monitor se empeñaba en que saltara para soltarlo, cuando mi único enganche era cuerdecilla canija. Mis recuerdos posteriores están nublados por el ataque de pánico en el que me sumí. El arnés tiraba de mí hacia el barranco mientras yo trataba de alzarme para que me lo quitaran, recuerdo que le dije que me bajara al cañón que me iba andando y cuando traté de escalar, mis piernas y brazos no me respondían. Sé que con ayuda del monitor, subí hasta arriba y ahí me planté. Según me dijeron estaba muy pálida (y yo lo soy de serie) y temblaba como una hoja azotada por el viento. Una tirolina más y ya me podía ir a casa. Según me dijeron después, hice lo más díficil y sólo me quedaban dos tirolinas, pero sé que no era capaz de hacer nada más.
Nos fuimos a comer, yo todavía con el susto en el cuerpo, pero después de que pasar el subidónd de adrenalina, lo único que me apetecía era echarme la siesta.
Por la tarde, tocaba paseo a caballo, pero pasé de hacerlo (que luego hay agujetas en el culete) y nos acercamos en autobus hasta una pequeña piscina, que me sirvió para descargar el estrés acumulado durante la mañana.
A la vuelta a nuestro hotel, paramos en Liberia y pasó algo curioso. Estábamos frente a un banco para sacar dinero y se acercaron dos niñatos al autobus para vacilar y ver si podían mangar algo, pero no parecían excesivamente peligrosos (yo me di cuenta del plan en el que iban y me puse detrás de ellos). Pues bien, cuando subimos, la guía de la mayorista, más bien rayando la histeria, nos dió una charla sobre lo peligroso que era, usando expresiones totalmente fuera de lugar (como "os dáis la vuelta por ahí solas y os cogen y os follan") cuando lo más que se había alejado alguien era 5 metros por la calle principal y me quedé a cuadros. Aún no sé a qué vino, pero la verdad es que me dejó una muy mala imagen de ella.
Después de pasar por una tienda a comprar, nos retiramos prontito pues al día siguiente tocaba otra larga jornada en autocar.

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