martes, 30 de noviembre de 2004

Crónicas del paraíso - 3ª parte

Aquí esta el final de mi breve pero intenso viaje a Costa Rica. Me he prometido a mi misma volver y me gustaría que fuera con mis amigos (los que habéis recibido postales ya sabéis de ese deseo de regresar). En fin, vamos allá.
Después de la jornada de multiaventura, tocaba una jornada larga de autocar para ir desde la provincia de Guanacaste en el Pacífico Norte hasta el Parque Natural de Manuel Antonio en la región de Puntarenas
Nuestro guía local, para no varíar, nos mintió acerca de la duración del viaje (le llamábamos media hora porque siempre faltaba media hora para llegar) y en vez de las 4 horas que dijo, fueron más bien seis. La verdad es que me hubiera gustado más estar en el otro autocar. Su guía explicaba más cosas que el nuestro y las personas que iban eran más agradables que las del mío, pero en fin, así son las cosas.
La verdad es que el paisaje era alucinante y al ser de día, pude disfrutarlo más que en el trayecto del aeropuerto al primer hotel.
Paramos en un puente sobre el río Tárcoles para ver los cocodrilos (a ver si subo luego fotos). La verdad es que fue una gozada ver el paisaje y a los bichos tomando el sol entre el barro. Después de la breve parada, más autocar.
Llegaríamos a Manuel Antonio a eso de las 2 y algo de la tarde y teníamos la comida prevista en un restaurante. No os he hablado de la gastronomía tica (ticos es como se autodenominan a si mismo los costarricenss).
Como en casi toda Latinoamérica, el arroz y los fríjoles son básicos en su alimentación, así como las frutas y verduras. Hay un desayuno tradicional, el gallo pinto, que no me atreví a degustar. Consiste en arroz blanco con fríjoles (negros o rojos revueltos) y acompañado por huevos. Lo que sí probé es el casado. Es un plato que combina de todo un poco: arroz, fríjoles, plátano frito, ensalada, carne, pescado o pollo. Tenían buen pescado, las carnes no eran malas y la fruta estaba riquísima (y mira que yo soy poco frutera). De allí me traje buen café y una salsa que está de muerte que se llama Lizano (a ver si la encuentro por aquí). Bueno, sigo con otra cosa que se me hace la boca agua como a Hommer Simpson.
Después de la comida, teníamos visita al Parque de Manuel Antonio. Para poder entrar, teníamos que cruzar una laguna pequeña en la que según rezaba en un cartel, había cocodrilos. Yo no ví ninguno pero casi mejor, porque la balsa dónde cruzábamos teníamos más años que la tos. De hecho, de la que estaba al lado de la mía, achicaron agua antes de montar parte del grupo.
A la entrada en Manuel Antonio, nos explicaron una serie de normas básicas: no fumar (que algunos gilipollas, que no tienen otro nombre, no cumplieron), no tirar basuras (que esos mismos gilipollas también ignoraron), no tocar algunas plantas pues las hay venenosas (lástima que esos gilipollas no las tocaran para que al menos les entrara una urticaria)...se me nota que estoy cabreada con esos gilipollas? Si no querían entrar, ¿para qué siguieron?. Entraron borrachos al parque, armando expolio (una faena, porque asustaba a los animales)... Bueno, voy a calmarme que me solivianto.
El paseo por Manuel Antonio fue alucinante. Las playas son geniales (algunas me recordaban a paisajes de la película de Piratas del Caribe) y vimos un montón de animales: varios tipos de iguanas, perezosos, mapaches, varias especies de monos, escarabajos, mariposas, cangrejos... la verdad es que me encantó y lástima de no haber pasado más tiempo allí.
Tras disfrutar con el paseo por el parque, nos dejaron un tiempo libre para estar en la playa (ya fuera del parque que habían cerrado) y hacer algunas compras. A pesar de que estaba lloviendo, yo no me resistí a pegarme un chapuzón en el Pacífico. Yo me quedé en el grupo de rezagados. La verdad es que cuando íbamos camino del hotel pensaba en la pinta que tendría al llegar. Empapada, con los pies llenos de barro que no había podido limpiarme y unas pintas de desarrapada...pero bueno, me consuela saber que al llegar estaba la mayoría del grupo igual.
Repartieron las habitaciones y como no, yo tampoco estaba en la lista, pero esta vez tuve suerte y compartí habitación con Mar, una chica majísima. Por la noche, los conductores nos buscaron un sitio para cenar todos juntos.
La verdad es que cuando llegamos me quedé un poco desencantada con el sito escogido. Era un chiringuito en la playa, con un aspecto un poquillo cutre. Pero la verdad es que la mariscada no estaba mal (aunque dónde esté el marisco gallego...), el camarero era muy amable y salió barato (27$ con las bebidas). La pena, es que se notó claramente la diferencia entre autocares (el otro unido, nosotros tirando cada uno para un lado) y hubo un problema con "las divinas" que se cabrearon porque pensaron que les cortamos el rollo al pedir volver al hotel(en realidad el autocar tenía que volver al hotel porque tenía que descansar el conductor). Lo curioso es que se empezó a llenar de gente que nos miraba, esperando a que acabáramos de cenar pues también era discoteca y quitaban las mesas para que bailasen (el ambiente no tenía muy buena pinta y preferí la comodidad del hotel, que el cansancio pasa factura). Después de unas risas con Paco y su mujer Adela, José Luis, Diana y Ana en el piano bar, me retiré a la habitación. Mar me dijo que los de su autocar habían quedado para ir a la playa a las 04.45 y me uní a ellos.
Esa excursión a la playa fue una gozada. Tuvimos que retrasar la bajada a la playa hasta que amaneciera (teníamos que ir por un sendero en medio del bosque y nos dijo el recepcionista que podíamos tropezar con raíces o cruzarnos con alguna serpiente) y el paseo mereció la pena. Una playa semidesértica, el agua exquisita y la compañía estupenda. Al regreso, me arrepentí de llevar las chanclas (me resbalaba en el barro), así que subí descalza parte del camino, cuidando de no cortarme. Después piscina y jacuzzi, duchita, recoger las maletas y a desayunar (peazo desayuno de hobbit que me metí, me hinché a fruta).
Tocaba regresar a España, pero antes teníamos por delante otras 4 horas y pico de autobus. El trámite de inmigración fue rápido (ya habíamos abonado antes los 26 dólares de tasas de salida) y nos dió tiempo a gastar los últimos colones en las tiendas del aeropuerto.
El vuelo de regreso lo pasé prácticamente como el de ida, dormida. Volví a ver la cabina, pero esta vez de noche y también fue espectacular. Al llegar a Madrid, el frío que nos recibió me hizo pensar en la rutina a la que volvía.
Este viaje a pesar de lo breve, ha sido tremendamente positivo. El país y sus gentes encantadoras, he conocido a gente majísima (vale, otra no tanto pero esos no cuentan) y he tenido tiempo de pensar en muchas cosas que considero importantes (mientras contemplaba el amanecer en Guanacaste, recordaba a todas las personas a las que quiero, pues me hubiera gustado tenerlas a mi lado compartiendo ese momento mágico). Me dí cuenta de que a pesar del miedo que pasé el día del canopy, me sobrepuse y seguí un buen trecho (y la próxima vez lo acabaré entero). Ese mismo miedo me ha hecho mirar con otros ojos ciertas cosas y a otras personas..no sé, ha sido genial.
Como dicen los ticos, Pura Vida! Os recomiendo que vayáis en cuanto podáis (y si me compráis el viaje a mí, pues mejor que mejor :P) y disfrutéis de esa maravilla.


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